jueves, 20 de septiembre de 2012

Y paso a paso se aleja...


La neblina tapa cualquier objeto a lo lejos... el viento hace bailar mi cabello al compas de las hojas, estoy sentada en una roca frente a él. Aún no se a dado cuenta que lo voy cautivando por más de 10 minutos. Se para, suspira y se aleja lentamente....
Trato de detenerlo, pero me es imposible. Intento tocarle por  la espalda, pero soy como una ilusión que solo puede ver pero no tocar. Continúa alejándose, empiezo a creer que no existo, que soy un sueño... pero... pero, no es así. Junto los párpados con fuerza, pero continúo en el mismo contexto. Grito, grito varias veces y no da la mínima señal de que haya escuchado. El viento empieza a soplar aún más y una lágrima recorre su pálida mejilla. Tiene un aspecto sombrío, una mirada perdida en el espacio infinito que lo rodea. Me pongo frente a él, no logra verme, me traspasa como si nada. Al fín entiendo que estoy, pero no estoy. Sus ojos se tornan oscuros como la noche, miran buscando el final del largo camino. Poco a poco el aliento se me apaga... el frío cala mi piel. Me resigno poco a poco y camino junto a él... 
El ambiente esta como hechizado, escuchó que murmura palabras entrecortadas. Se detiene vuelve el rostro y se lamenta gritando ¿por qué?... Sé que no puedo comunicarme con él. No puedo hacer nada para ayudarlo... Vuelve el rostro y lo agacha. Hasta ese instante no entiendo qué ha ocurrido. Varias lágrimas se desbordan de entre sus ojos. Aprieta sus labios y parece estar cubierto por ira y llanto. El aire sopla...  Él retoma el paso. Se aleja paso a paso por el largo camino... Continúo caminando a su lado. El aire helado ha tornado pálidas sus mejillas, más de lo que estaban. No hace más que alejarse. Llegamos a un parque de rosas marchitas. Suspira y coge una... cada vez todo va tornándose más extraño... prosigue su recorrido. Saca un pequeño pañuelo del bolsillo, el cual lleva algunas palabras. Te quiero: Las leé en voz alta. Otra lágrima foragida brota de sus ojos. Se aproxima hacia mi, con cierta sonrisa fingida ¿me vio? pienso, se acerca y pasa de largo. Doy un giro rápido para ver el motivo. Una lápida con mi nombre grabado... Tardo en recuperar el sentido... Se aleja perdiéndose en la espesa neblina...

domingo, 16 de septiembre de 2012

Amigos más allá de la muerte


I
Era aquel típico domingo por la tarde, del cual solo se esperaba disfrutar cada minuto antes de su ocaso para iniciar otra cansada semana.  El clima estaba siendo digerido por una pequeña tormenta, cosa que era común en aquel lugar. Nada me cambiaría de ánimo, porque todo seguiría igual que siempre.
Esa tarde a comparación de las demás, decidí salir a dar una caminata por las calles solitarias de la ciudad. Toda la gente se quedaba dentro de sus casas, aguardando y escondiéndose como animales asustados de la tormenta. Preparaban sus cosas para el día siguiente, como quien supondría.
Me gustaba respirar aire puro, la soledad se había convertido en mi aliada desde aquel entonces, porque me sentía mejor sola, que mal acompañada. Siempre existieron personas que caminaban a mi lado, pero nunca supe que era realmente lo que esperan de mi.
Pasar por casas medias dormidas, generaba cierta tristeza que invadía mi corazón. Era un sentir profundo, pero poco importante. Desde que aquel amigo, con el que siempre había  andado, había dejado este mundo todo había cambiado. Mis tardes se habían vuelto solitarias, no me sentía bien como para ir en busca de alguien igual a él. Él sabía todo sobre mí, y yo todo acerca de él. Con él había aprendido muchas cosas, que la amistad existía, que tenía a alguien en quien confiar, con quien hablar y con quien contar. Lamentablemente, poco a poco todo terminaría. Primero, él había sido trasladado de colegio, ya que sus padres no requerían una buena educación para él, pues eso era lo que menos les importaba.
Por buena suerte, aún vivíamos en el mismo barrio, eso hacía que no me preocupara tanto. Todo iba bien, salíamos a pasear algunas veces, dábamos vueltas y recordábamos cosas. Pero llegó el día en que nunca más lo volvería a ver. Era una tarde de otoño en la que las hojas mueren y el viento se las lleva en su infinidad. Esa tarde mamá había salido a comprar algunas cosas y me había prohibido salir por el mal clima. Eran aproximadamente las 6 y alguien tocó la puerta. Salí disparada y lo vi, estaba parado frente a mi con una sonrisa fría...