MI
TRISTE SOLEDAD
Éra
una tarde taciturna, el paisaje estaba cubierto por una densa
neblina, el aire soplaba suaves brisas heladas y el frío calaba mis
huesos. Era un chiquillo de apenas 11 años de edad, tenía pues el
don de la inteligencia y para muchos un gran futuro por delante.
Todos me consideraban un ser perfecto por las grandes azañas que
realizaba, pero lo que no sabian muchos de ellos, era la trizteza que
invandía mi alma.
Golf era pues el nombre
por el cual me llamaban todos. Vivía en una familia muy pequeña, de
la cual me sentía muy orgulloso. Mis padres eran grandes
profesionales; mi madre una abogada con doctorado de la universidad
de Oxford y mi padre un ingeniero con maestría de la universidad de
Harvard. En aquel entonces me consideraba el niño más felíz de la
tierra, pero de repente mi destino cambió drásticamente. Mis padres
no tenían tiempo para mí, solo se dedicaban a sus labores
profesionales, no tenía a quien contarle mis problemas, me sentía
solo en un mundo desconocido. Trate de explicarles cuanto los
necesitaba pero solo llegamos a una discusión. Entonces salí
sollozando y me dirigí hacia el parque; busqué consuelo y me
regosigé en un árbol, me senté bajo su sombra preguntándome por
que todo habia cambiado. De repente, cuando me hundía en una
profunda soledad, sentí que alguien trataba de consolarme, pensé
que era mi imaginación pero me dí cuenta de que aquel árbol,
buscaba que confiara en él y sintiéndome seguro de que necesitaba
de alguien empezé a contarle lo que me sucedía.
Con el paso del tiempo,
Priel (el nombre que le había puesto al árbol milenario) y yo, nos
volvimos grandes amigos. Siempre lo buscaba para contarle lo que a
diario me sucedía y él estaba dispuesto a escucharme. Compartiamos
momentos agradables, jugabamos con los chicos del barrio y era eso lo
que nos hacia felíz; cuando alguien necesitaba de nosotros
gustosamente lo apoyabamos, nos habiamos convertido en la combinación
perfecta.
Todo en mi vida parecía
felicidad, hasta que un día él no se encontraba más allí, solo
encontré sus raíces y las hojas secas de sus ramas, me quede frío
y pensativo por un momento; desesperado pregunté a las personas
dónde estaba aquél árbol, qué le había sucedido, por qué no
estaba ahí. Nadie me daba razón, era como si todos se oponían a
decírmelo. Entonces entre lágrimas regresé a casa y me encerré en
mi cuarto. No quería saber de nadie, solo necesitaba a Priel, quería
que alguien me escuchase.
Finalmente, así
transcurrío mi vida, siempre con la esperanza de que algún día
podría encontrar a mi mejor amigo, pero al darme cuenta de que ya
habia pasado mucho tiempo, me parecía imposible volver a verlo, lo
único que hice fue resignarme a perderlo, no solo a él y a su
amistad, si no también a que mis padres tengan tiempo para volver a
escucharme.
Canis
Lupus
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