jueves, 28 de junio de 2012


MI TRISTE SOLEDAD

Éra una tarde taciturna, el paisaje estaba cubierto por una densa neblina, el aire soplaba suaves brisas heladas y el frío calaba mis huesos. Era un chiquillo de apenas 11 años de edad, tenía pues el don de la inteligencia y para muchos un gran futuro por delante. Todos me consideraban un ser perfecto por las grandes azañas que realizaba, pero lo que no sabian muchos de ellos, era la trizteza que invandía mi alma.

Golf era pues el nombre por el cual me llamaban todos. Vivía en una familia muy pequeña, de la cual me sentía muy orgulloso. Mis padres eran grandes profesionales; mi madre una abogada con doctorado de la universidad de Oxford y mi padre un ingeniero con maestría de la universidad de Harvard. En aquel entonces me consideraba el niño más felíz de la tierra, pero de repente mi destino cambió drásticamente. Mis padres no tenían tiempo para mí, solo se dedicaban a sus labores profesionales, no tenía a quien contarle mis problemas, me sentía solo en un mundo desconocido. Trate de explicarles cuanto los necesitaba pero solo llegamos a una discusión. Entonces salí sollozando y me dirigí hacia el parque; busqué consuelo y me regosigé en un árbol, me senté bajo su sombra preguntándome por que todo habia cambiado. De repente, cuando me hundía en una profunda soledad, sentí que alguien trataba de consolarme, pensé que era mi imaginación pero me dí cuenta de que aquel árbol, buscaba que confiara en él y sintiéndome seguro de que necesitaba de alguien empezé a contarle lo que me sucedía.

Con el paso del tiempo, Priel (el nombre que le había puesto al árbol milenario) y yo, nos volvimos grandes amigos. Siempre lo buscaba para contarle lo que a diario me sucedía y él estaba dispuesto a escucharme. Compartiamos momentos agradables, jugabamos con los chicos del barrio y era eso lo que nos hacia felíz; cuando alguien necesitaba de nosotros gustosamente lo apoyabamos, nos habiamos convertido en la combinación perfecta.

Todo en mi vida parecía felicidad, hasta que un día él no se encontraba más allí, solo encontré sus raíces y las hojas secas de sus ramas, me quede frío y pensativo por un momento; desesperado pregunté a las personas dónde estaba aquél árbol, qué le había sucedido, por qué no estaba ahí. Nadie me daba razón, era como si todos se oponían a decírmelo. Entonces entre lágrimas regresé a casa y me encerré en mi cuarto. No quería saber de nadie, solo necesitaba a Priel, quería que alguien me escuchase.

Finalmente, así transcurrío mi vida, siempre con la esperanza de que algún día podría encontrar a mi mejor amigo, pero al darme cuenta de que ya habia pasado mucho tiempo, me parecía imposible volver a verlo, lo único que hice fue resignarme a perderlo, no solo a él y a su amistad, si no también a que mis padres tengan tiempo para volver a escucharme.
Canis Lupus

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